"La escuela, en esta sociedad del conocimiento debe dar lugar a la divergencia, a la diversidad: allí donde “todos” puedan aprender, respetando los diferentes tiempos, los disparejos ritmos, pronosticando la pluralidad de los alumnos y aceptando cada desafío. Así, no sólo estaremos transmitiendo otras miradas sino que también todos en conjunto estaremos practicando el concepto de Justicia Social" Prof. Nora B. Arana

miércoles, 23 de mayo de 2012

Fracaso Escolar



Mucho se ha investigado y se investiga sobre la problemática del fracaso escolar. Abundante y rica bibliografía se encuentra al alcance de especialistas y docentes.
No obstante, no es necesario recurrir a las estadísticas para reconocer que, año tras año, nos golpea una gran cantidad de alumnos que fracasan en sus aprendizajes, fracaso que se expresa, en primera instancia –y como resultante más alarmante- en la repitencia y la deserción, pero, además, en otro fenómeno: el de quien, a pesar de haber concluido exitosamente su escolaridad en algunos de los ciclos o niveles del sistema, fracasa al ingresar en el próximo.
Y, a partir de confirmar esto se inicia la larga e improductiva letanía de las culpas o de las responsabilidades: las variables política, económica, pedagógico-didáctica, social, familiar, individual se personalizan en los cargos que se hacen a los gobernantes, los técnicos, los directores, los docentes, los padres y los alumnos. Fuente de discusiones estériles que parecen pretender encontrar chivos expiatorios, aún a sabiendas de la multicausalidad que signa la cuestión.
Así que no es desacertado afirmar que la problemática obedece a todas las variables mencionadas, que, con mayor o menor grado de incidencia, se entrecruzan en la determinación del fenómeno.
Los factores individuales, puestos de manifiesto en problemas de desarrollo y maduración intelectual, emocional, psicomotriz y social que se hacen palpables en el aprendizaje; lo ambiental-social, con su carga de ausencia de estimulación familiar, de abandonos y maltratos, de falta de oportunidades, de subversión de valores, de sentimiento extendido de desvalorización de la educación; lo político, evidenciando en la implementación de medidas en muchos casos contradictorias y que obedecen a necesidades que poco tienen que ver con lo educativo; y lo pedagógico-didáctico – aspecto que por la actividad que desempeño es el centro de mis preocupaciones- expresado en la falta de claridad en las concepciones teóricas de base, en la deficiencia de la formación y en la capacitación docente, en los déficits de presupuesto, en la superposición de funciones en la escuela que atañen más a lo asistencial que a lo pedagógico, en los diseños curriculares que aparecen tardíamente, cuando está todo organizado, en la burocratización de las funciones de conducción y supervisión…
A partir de aquí: ¿qué?. En primera instancia, creo que el debate debe instalarse seriamente en toda la sociedad, porque lo que está en juego es toda una generación que está siendo desvastada por fracasos más o menos explícitos, pero fracasos al fin.
Sin ser alarmista, sin caer en derrotismos cómodos, lo real es que nos acosa una situación que nos determina y nos limita. Ya no es lícito, y mucho menos creíble, hablar de equidad sin buscar soluciones a esta problemática, puesto que, aunque el discurso proclame, las prácticas perpetúan.
Y en este sentido tendrían que escucharse a las demandas en las voces de todos los estamentos ya que los éxitos y los fracasos no se reducen a una cuestión escolar, aunque se manifiesten e instalen entre los muros de las instituciones.
Lic. María Fabiana Luchetti

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